miércoles, 20 de febrero de 2008

Nuestro castellano

NUESTRO CASTELLANO

Durante la Edad Media, en la península ibérica, como en otros lugares, por ejemplo Italia y Francia, al margen del latín oficial estaban surgiendo muchas formas de hablar, que dieron origen a las lenguas que actualmente se conocen como lenguas latinas o románicas. En Castilla, durante la Edad Media, esas infinitas variedades fueron conocidas como romances. Esos romances pueden ser divididos, primero dentro de una categoría que podemos llamar vertical. Se trata de las variantes según las clases sociales existentes en un mismo lugar, digamos un pueblo. Y luego, dentro de una categoría que podemos llamar horizontal, es decir las variantes regionales.

Hasta el siglo XV se fueron configurando a partir de los latines populares, en las diferentes regiones, muy diversas formas de lenguajes latinos, llamados en España romances. El uso actual de la palabra “ladino”, para referirse al castellano hablado por los judíos expulsados de España en 1492, tiene ese origen (latino). Esa palabra tienen también otro significado. Dicen que a los árabes que se hacian pasar por cristianos, cuando les descubrían, empezaron a decirles “ladino”. Se no è vero e ben trovato.

Sobre todo a partir del siglo XI se fueron abriendo camino en la península ibérica tres lenguas romances principales, y por supuesto, cada una de ellas con numerosísimas variantes. Esas tres lenguas fueron bajando poco a poco del norte, donde los cristianos de lengua latina se habían refugiado desde que los árabes llegaron a la península ibérica en el siglo VIII. Una de esas lenguas, que suelen llamar galaico-portugués, fue bajando por la costa del océano Atlántico y dio origen a una lengua que con el tiempo se dividió en dos: el gallego y el portugués. El gallego se quedó en España. No les gusta a los portugueses que digamos que el portugués desciende del gallego, ni a los gallegos que se diga que su idioma es dialecto del portugués. De todos modos, en Portugal esa lengua se llama portugués, y en Galicia gallego. Se puede decir, para no ofender a nadie, que el gallego y el portugués son dos lenguas muy diferentes que se parecen muchísimo.

Por el centro bajó un idioma que fue conocido como castellano por haberse formado en la región llamada Castilla. Esta lengua no se escindió en dos como el galaico-portugués, pero tuvo, dentro de una fundamental unidad, dos variantes que se pueden llamar septentrional y meridional. La lengua de la costa del Mediterráneo tiene tres variantes, en sí insignificantes, pero que se conocen con tres nombres propios: el catalán en el norte, el valenciano en el sur y el mallorquín en las islas Baleares.

Estas tres lenguas dominantes, que llamaremos portugués, castellano y catalán, para no estar matizando a cada rato, absorbieron o hicieron desaparecer otras formas vecinas a ellas. Dentro de la órbita del castellano subsisten, en forma precaria, el asturiano o bable y el aragonés (este último muy influenciado por el catalán), que intentan ahora diferenciarse del castellano, como lo hace el gallego del portugués.

A partir de la invasión de los árabes, las tres lenguas adoptaron una cantidad enorme de palabras árabes, pero de las tres, la lengua que recibió más palabras árabes fue la castellana, por ejemplo “aceite”, “acequia”, y un número grande de palabras que comienzan con “al” (el artículo “el, la”, en árabe): aldaba, alfil, alambre, alfombra, almohada, etc.

Es muy interesante e instructivo echar un vistazo al sefardita (sefardí, ladino, judeo-español). Esta lengua se habla aún hoy con muchas variantes en Turquía, Grecia, Israel y Marruecos, y está ya herida de muerte. Esta lengua es básicamente la de Castilla en momentos de la expulsión de los judíos en 1492. Hay que tener en cuenta que la lengua litúrgica está más apegada a la gramática hebrea, y la hablada a la gramática común del siglo XV. En ninguna de las variantes pronuncian la “j”, ni con la pronunciación suave latinoamericana, ni con la pronunciación fuerte de España, de indudable origen árabe, puesto que no existió en latín. Su pronunciación está más cerca del francés, del catalán y del portugués, que no tienen el sonido “j” como en castellano. Tampoco conocen la distinción entre la “s” y la “c y z”, como en España, es decir que pronuncian como nosotros solamente la “s”; mejor dicho, nosotros pronunciamos como ellos: “Fulano salió de su casa y se fue de casa (caza)”. “Ese hombre casado es un hombre casado (cazado)”.

El castellano del siglo XV era un castellano con muchas diferencias, tanto regionales como de clase social o de nivel cultural. En 1492 tres acontecimientos repercutieron en el futuro del idioma castellano, y por lo tanto, nos interesan mucho. No importa el orden cronológico de los sucesos. La gramática castellana de Antonio de Nebrija marca la línea divisoria entre la lengua oral y la lengua escrita. Tanto los judíos como los cristianos ya antes habían escrito mucho, pero casi exclusivamente versos, canciones, correspondencia, anotaciones comerciales, etc. Hay muchas poesías, llamadas también “romances”, como las del Cid Campeador, pero propiamente el paso de la lengua oral a la lengua escrita se dio recién en el siglo XVI con la difusión de la imprenta y la consiguiente difusión de la lectura en estratos sociales antes totalmente alejados del libro, gracias principalmente a los libros de caballería. La lengua escrita va a dar preferencia a algunas formas sobre otras, según quiénes y de dónde hayan sido los escritores, que a la larga marcan la pauta, la norma del bien decir y del bien escribir.

Otro acontecimiento importante fue la expulsión de los judíos de España. ¿Por qué este acontecimiento es importante? Es importante porque entre los judíos sefarditas (españoles) se han conservado desde el siglo XV hasta nuestros días las “hablas” o “fablas” de las diferentes regiones de España, que nos ayudan a formarnos una idea, aunque sea imperfecta, de cómo se hablaba el castellano en el momento del descubrimiento de América. Es verdad que las variantes del judeo-español o ladino son muy grandes de una región a otra, y que con el tiempo ha recibido la influencia del griego, del árabe, del turco, del italiano, del francés y del inglés.

Hay que notar que en ninguna parte conocían el “usteo”, que probablemente a partir de la corte española se fue generalizando después de 1492. Los sefarditas son fieles al uso del singular “tú” y al de su correspondiente plural “vosotros”. A una persona que acaban de conocer, aunque sea de un nivel considerado superior, la tutearán, no la ustearán: “Eres bienvenido”. La forma “usted”, de origen cortesano o aristocrático, es en realidad la tercera persona, por lo tanto referida a él o a ella. Del uso de la forma: “Su merced”, que se conjuga en tercera persona: “Su merced es bienvenida”, surgió la forma abreviada: “Usted es bienvenido”.

En España se conservan bien diferenciadas las formas del tuteo y del usteo. Los españoles en singular dicen “tú”, y en plural dicen “vosotros”. Esta forma es la familiar, la íntima, la de confianza. En el lenguaje fino o formal, es singular se dice “usted” y en plural “ustedes”. En toda América Latina ha ocurrido algo que pone sumamente nerviosos a los españoles: Decir el singular “tú” y el plural “ustedes”. Eso les parece una barbaridad, y tienen razón, pero el uso es, en definitiva, la norma del lenguaje. En América Latina, hablar en “vosotros”, con sus conjugaciones adecuadas, “estáis, coméis”, etc., resulta ridículo y hasta pedante. Ninguna mamá les va a decir a sus hijos: “¡Niños, comed!”.

La lengua castellana en España en el siglo XVI tenía dos variantes (o dialectos): El dialecto castellano de Castilla (valga la redundancia) y el dialecto castellano de Andalucía. El dialecto castellano de Castilla se estableció preferentemente en el interior, en las regiones montañosas. Este dialecto se estableció en el sur de Estados Unidos (California, Tejas), en el centro de México (en la sierra) y en las regiones andinas de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. El dialecto castellano de Andalucía se estableció preferentemente en las Antillas, en las costas del Pacífico y del Atlántico y en las zonas tropicales de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay.

Con el aumento de la influencia de la lengua francesa y la fundación de la Real Academia de la Lengua Española, surgirá la costumbre de encorsetar el idioma, dando reglas y afirmando qué es lo que se debe decir y qué es lo que no se debe decir. En el colegio nos han hecho sufrir con la lista de palabras bajo el título: “Se dice. Se debe decir”. No se debe decir: “¿Qué te llamas?”, sino: “¿Cómo te llamas?” Desde entonces nos viene la manía de molestarnos mutuamente afirmando que una palabra o una construcción es pura o impura, correcta o incorrecta. Esas normas no suelen ser muy objetivas, y se deben, generalmente, a la imposición de los de arriba a los de abajo, y a la obediencia ciega de los de abajo a los de arriba. Y después surge la tiranía de la masa, del medio ambiente, que expulsa definitivamente del lenguaje hablado palabras y construcciones, antes consideradas aceptables, o las pone en el rincón de las palabras consideradas del vulgo inculto. Otro factor importante en el cambio del idiomas, que no puede ser “fijado”, como dice la Real Academia, es simplemente el paso del tiempo. Si a la pregunta: “¿Qué significan zaguán, tumbado y chiflón?”, mi interlocutor responde diciendo exactamente lo que significan esas tres palabras, irremediablemente tengo que decirle que se ha declarado viejo.

En contacto con las lenguas indígenas del continente americano, desde 1492 el castellano varió mucho en las diferentes regiones. Se llevó a cabo una inter-relación, que modificó tanto el castellano como las lenguas indígenas, en la gramática, en la pronunciación y en el vocabulario. Influyeron en el castellano las lenguas de las Antillas, de México, principalmente el nahuatl, el quechua, el aymara, el guaraní, el araucano, etc.

Tomando como ejemplo el quechua, vemos que ha influido en el castellano en la gramática, en el vocabulario y en la pronunciación. En la gramática está le tendencia a poner el verbo al final: “Muy burro he sido, mucho he comido”. El uso de la palabra “lo”, tomada directamente de la partícula invariable “pu”: “Abrímelo la puerta”. La influencia más notable, y que no está presente solamente en las clases populares sino también en las cultas, es la utilización del pretérito pluscuamperfecto “había sido”, que en Bolivia ha dejado de ser pluscuamperfecto, y aunque se lo sigue llamando así en las escuelas, de pluscuamperfecto no tiene nada. Significa información sobre algo sucedido: “Juan se había enfermado (cambia el acento de había a habiá)”. No quiere decir que estuvo enfermo y ya se sanó (pretérito requete pretérito). Lo que quiere decir es que acabo de enterarme de que Juan está enfermo. “No he llegado a tiempo porque habiá habido una trancadera terrible”. Puede significar también constatación o sorpresa: “Habiá estado lloviendo”. “¡Qué bien! Habiás engordado”

En cuanto al vocabulario, además de las palabras “aceptadas” como “papa, cancha, palta, gaucho, macana, yapa, etc.”, en Bolivia nos encontramos con términos como “tijchar, chunku, ataucar, etc.”, que en los últimos años ya están siendo arrinconados, partiendo no de las clases altas sino de las populares, por influencia de las escuelas que enseñan el idioma en libros de España, México, Argentina…, o en libros escritos por bolivianos con complejo de inferioridad, que enseñan a decir “patata” en vez de “papa”, “biberón” en vez de “mamadera”. Los que más atacan nuestro castellano son los maestros de extracción popular. Ya no le permiten a uno decir ni “pupu”, ni “ch’ojñi”, ni “llawch’i”.

En cuanto a la pronunciación, la persistencia en Bolivia de la “ll”, con sonido distinto al de la “y”, que ha desaparecido hace ya muchos años en España, y que hace unos treinta años se pronunciaba todavía en algunas regiones de México, de Colombia, del Perú y del Ecuador (área del castellano de Castilla), se explica porque está vigente en quechua (phuyu=nube; phullu=frazada). Ahora, debido a que los niños aprenden el castellano, más por medio de la televisión y la escuela extranjerizante que en la familia, también en las nuevas generaciones se está perdiendo en Bolivia. Los niños bolivianos de ahora pronuncian del mismo modo las palabras “calló” y “cayó”. Antes decíamos: “Pedrito se cayó, lloró y después se calló”. Ahora dicen: “Pedrito se cayó, yoró y después se cayó”. “Hay un pollo encima del poyo”. Se dice: “Hay un poyo encima del poyo” (si es que saben qué significa “poyo”).

Estamos también en vísperas de la defunción de nuestra típica “r”, que tiene su origen en el quechua y el aymara. Esa agonía está también ocasionada por la televisión extranjera, por el modo de hablar de los locutores bolivianos, que creen que es “más correcto” pronunciar la “r” sonora, y por la enseñanza impartida por los maestros en las escuelas y colegios. Antes la gente se burlaba de los “r phatachis” (que hacen “reventar” la “r”). Ahora los “r phatachis” se están multiplicando hasta el extremo de que los que no somos “r phatachis” vamos a acabar siendo minoría y tildados de incultos o ridículos.

La influencia de las lenguas americanas no se encuentra solamente en el vocabulario. No se trata solamente de palabras, sino también de cambios gramaticales y de pronunciación. Los bolivianismos no tienen que ser discutibles, y menos, rechazables, porque son un modo legítimo de expresarse. No hay ningún motivo para abandonarlos. Incluso, se puede decir que deberían ser fomentados, puesto que indican personalidad, rasgos propios, color local, y en no pocos casos mayor claridad y precisión filosófica. Hay españoles que lo confunden a uno cuando dicen: “No está aquí. Está en Venezuela”. El oyente cree que la persona con quien quiere hablar ha viajado a Venezuela, pero no era eso lo que quería decir el amigo español. Quería decir que estaba en su oficina de la calle Venezuela. Si hubiera dicho, como nosotros: “Está en la Venezuela”, no habría habido confusión. Cuando un español dice: “No he dormido esta noche”, en vez de decir: “No he dormido anoche”, nos confunde, porque luego dice: “Espero dormir bien esta noche”, que es la fórmula que nosotros usamos. Llamar “tejado” a un techo de calamina, por lo tanto sin tejas, a nosotros nos parece inadecuado, y efectivamente, para nosotros, así es, pero ellos, tranquilamente, sin pestañear siquiera, llaman “tejado” a cualquier clase de techo. Los españoles llaman “hermano pequeño” al hermano menor, aunque sea el más grande. Tienen derecho, pero los bolivianos no debemos imitarlos porque nuestra fórmula es más clara.

También nosotros, por nuestra parte, confundimos a los extranjeros con palabras que para ellos tienen un sentido contrario. Tenemos, por ejemplo, la palabra “tácito”, que en la lengua común de España y de las Américas significa “implícito, supuesto, sobreentendido, no expresado”. En Bolivia hay mucha gente que en realidad quiere decir lo contrario: “Claramente expresado, explícito, rotundamente dicho, sin lugar a dudas ni a vacilaciones”. Ejemplo: “El ministro de Educación ha dicho tácitamente que las clases comenzarán el 15 de julio”.

Otro ejemplo tenemos en la palabra “bastante”, término curioso y chistoso, con el que se intenta dar una información favorable, y en cambio, se la da desfavorable. En el castellano común, la palabra “bastante” significa que no se ha llegado a la excelencia, no se ha llegado al tope máximo del intento. Si se dice: “El ministro saliente lo ha hecho bastante bien”, unos entenderán que lo hizo en forma aceptable, pero no con toda perfección. En cambio, el hablante quiso decir que lo hizo maravillosamente bien. Otros ejemplos. Pregunto: “¿Qué te ha parecido la novela ‘La casa de los cinco patios’, de Huáscar Taborga?” Mi interlocutor me responde: “Está bastante bien”. Mi interlocutor ha querido decir que está muy bien, que le ha gustado muchísimo. Y yo entiendo que no le ha gustado del todo, pero que tampoco merece ser tirada al río. Otro ejemplo. Cuando dicen: “Hace bastante calor”, lo que quieren decir es que hace un calor insoportable.

Otro ejemplo, que se oye no solamente en Bolivia, sino también en otros países de América Latina, es “definitivamente”, que es un anglicismo moderno, que en vez de aclarar y enriquecer el lenguaje, crea confusiones. El hablante no quiere decir que una decisión es definitiva, es decir que ya no podrá ser modificada, sino que lo que quiere decir es que una decisión ha sido ya tomada, sin lugar a dudas.

El castellano se llamó siempre así hasta el siglo XVIII, Con el nombre de castellano llegó a las Américas. Por influencia francesa pasó a ser conocida como “español”. Así como el idioma de Francia es el francés, el idioma de España tiene que ser el “español”. Empezó entonces la persecución del catalán. En ese ambiente nació la “Academia de la Lengua Española”. A su diccionario le dieron el lema de detergente o limpia metales: “Limpia, fija y da esplendor al idioma”. Los señores académicos del siglo XVIII no sólo le cambiaron el nombre al idioma, sino que decidieron, arbitrariamente, que eran ellos los que debían dar las normas del bien escribir y del bien hablar, y por lo tanto decir cuál es la forma correcta y cuál la incorrecta.

Con el aumento de la influencia de la lengua francesa y la fundación de la Real Academia de la Lengua Española, surgirá la costumbre de encorsetar el idioma, dando reglas y afirmando qué es lo que se debe decir y qué es lo que no se debe decir. En el colegio nos han hecho sufrir con la lista de palabras bajo el título: “Se dice. Se debe decir”. No se debe decir: “¿Qué te llamas?”, sino: “¿Cómo te llamas?” Desde entonces nos viene la manía de molestarnos mutuamente afirmando que una palabra o una construcción es pura o impura, correcta o incorrecta. Esas normas no suelen ser muy objetivas, y se deben, generalmente, a la imposición de los de arriba a los de abajo, y a la obediencia ciega de los de abajo a los de arriba. Y después surge la tiranía de la masa, del medio ambiente, que expulsa definitivamente del lenguaje hablado palabras y construcciones, antes consideradas aceptables, o las pone en el rincón de las palabras consideradas del vulgo inculto. Otro factor importante en el cambio del idiomas, que no puede ser “fijado”, como dice la Real Academia, es simplemente el paso del tiempo. Si a la pregunta: “¿Qué significan zaguán, tumbado y chiflón?”, mi interlocutor responde diciendo exactamente lo que significan esas tres palabras, irremediablemente tengo que decirle que se ha declarado viejo.

En las Américas el término “español” no se usó en el siglo XIX. Todos los escritores y los gramáticos, principalmente el venezolano Andrés Bello (1781-1865) y el colombiano José Rufino Cuervo (1844-1911), llamaron a nuestra lengua “castellano”. Recién a mediados del siglo XX el término “español” pasó al uso común. Los latinoamericanos, en sus viajes a Estados Unidos y Europa, oyeron que su idioma allí se llamaba “spanish, espagnol, spagnolo”. Simplemente, los imitaron. Y así, un boliviano que antes de viajar a Estados Unidos, hablaba castellano, a su retorno habla español.

Una de las consecuencias del respeto, reverencia y ciega obediencia al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, fue que los latinoamericanos nos acostumbramos a seguir sus reglas. Incluso cuando la Academia aceptó los giros y palabras “americanas”, enviadas por los miembros latinoamericanos “correspondientes” de la Real Academia de la Lengua Española, nosotros acabamos obedeciendo sus decisiones, sin rechistar. Los argentinos enviaron a la academia la palabra “humita”. Nosotros, que siempre hemos dicho “huminta”, sabiendo que viene del quichua “jumint’a” (perdón, ahora “lo correcto” es decir “quechua”, manía que nos ha llegado del Perú), tenemos que oir con estupefacción que deberíamos decir “humita”. Siempre hay alguien que nos corrige. Y si se nos ocurre preguntar: “¿Por qué?”, nos dirán: “Porque es lo correcto. Así está en el diccionario de la Real Academia”.

El lenguaje cortesano español se sacó de la manga otra novedad. Esta novedad probablemente llegó mucho más tarde. Sospecho que en el siglo XVIII con la influencia francesa. Esta vez se trata de aplicar a la segunda persona del singular (tú) la forma gramatical del plural de segunda persona (vosotros). Esta forma nace de la corte. En vez de decirle a alguien: “¿Cómo estás?”, se le dice: “¿Cómo estáis?”. Es una forma plural empleada en singular.

Y aquí damos un paso más. Es propio del inculto imitar al culto. Es propio del que tiene complejo de inferioridad imitar al que él considera su superior. En la época de los virreinatos las zonas periféricas eran también las más incultas, y por lo tanto, las más acomplejadas. Una de esas regiones incultas, campesinas, pueblerinas, y sumamente acomplejadas del Virreinato del Perú, era la gobernación de Buenos Aires. Intentando imitar el lenguaje culto: “Vos coméis, vos leéis, vos habláis, vos camináis”, les salió: “Vos comés, vos leés, vos hablás, vos caminás”. Algunas formas les salieron igual que en el original: “Vos decís, vos venís”. Lo interesante es que esta forma quedó exclusivamente ligada al singular. Cuando en 1776 la ciudad de Buenos Aires pasa a ser la capital del Virreinato del Río de la Plata, ese modo de hablar ya se había enraizado, y por lo visto, definitivamente. Hasta hace relativamente pocos años, los escritores argentinos procuraban evitar esa forma, exceptuando en los diálogos de las novelas y cuentos. Ahora esa forma gramatical está ya consagrada, incluso en el nivel culto.

Y cuando la Argentina desde finales del siglo XIX pasó a ser centro cultural, su influencia llegó a Bolivia. Los acomplejados esta vez fueron los bolivianos, que habían pasado a la periferia cultural. Y los bolivianos imitamos sin reflexionar a los argentinos, sobre todo en el vocabulario. Don Benjamín Blanco, en una de sus poesías satíricas dice: “Si sigues llamando vereda a la acera, yo te pondré en vereda para que digas acera” La vereda es una senda en el campo. Aún ahora hay bolivianos que dicen “vereda” y nos corrigen a los que decimos “acera”. Los ejemplos se pueden multiplicar.

Aquí debemos hacer algunas consideraciones. La forma “vos comés” se oye también en el Beni y en Santa Cruz. En este caso caben dos posibilidades: a) Se trata de una influencia argentina; b) Surgió espontáneamente, independientemente de Buenos Aires, por las mismas razones de alejamiento de los centros culturales y de prurito de imitación en el lenguaje.

En Sucre, hasta hace pocos años, mucho se oía decir “sois” en vez de “eres”. Es posible que esta forma subsista aún en las personas de más edad y en los pueblos. Se podía oir esta frase: “Tú eres nuevo. ¿De dónde sois?”. Si nos empeñamos, inútilmente, cuál es la forma correcta, tendríamos que decir: “Tú eres nuevo. ¿De dónde eres?”, forma común en España y en las Américas. El argentino dice, y además, ahora escribe: “Vos sós nuevo. ¿De dónde sós?

En muchas regiones de Bolivia, y con seguridad en Cochabamba, coexisten los pronombres “vos” y “tú”, pero con el verbo en singular, que corresponde al pronombre “tú”. En Cochabamba unos dicen: “¿Tú qué dices?”, y otros, tal vez en la misma familia: “¿Vos qué dices”. Para indicar que dos personas son muy amigas, dicen que son de “tú y vos”. Eso parece indicar que la forma “tú” es más formal, correspondiente a las personas de más edad, o a situaciones de mayor categoría, que la forma “vos” es de más confianza, propia de los niños y jóvenes. A veces, para reprender a un niños se lo usted: “¡Coma y calle!”. Lo chistoso es que con frecuencia se ustea a los perros: “¡Salga de aquí!”

Desde el siglo XVIII, sobre todo, los galicismos y anglicismos pasaron al castellano de España y América. No se trata solamente de neologismos, que por su naturaleza siempre se han considerado legítimos, sino de transformaciones del significado. Los traductores no se dan el tiempo suficiente para pensar, reflexionar, antes de hacer pasar al castellano un término nuevo (que suele corresponder a un concepto nuevo). Unos han traducido término inglés “hot dog” un “perro caliente”, otros, con mejor criterio, han traducido “pancho” (pan con chorizo), y otros han pronunciado la dichosa palabra, dizque a la inglesa. Una cholita paceña buscaba “jutukas” en la cancha, inútilmente. Estaba intentando pronunciar “hot dog.”

Teniendo en cuenta que los bolivianos, y también otros latinoamericanos, mediante los diferentes medios de comunicación recibimos un continuo bombardeo de modismos castellanos provenientes de México, España, Colombia, Argentina, Venezuela, Chile, etc., se está produciendo un uso múltiple y diversificado de una misma palabra. Formas antiguas, ya consolidadas en Bolivia, conviven con formas nuevas, foráneas. Se ha llegado al punto de que ya no se sabe de qué están hablando. Los torpes (descuidados, mal educados, atufados, poco atentos), conviven con otra clase de torpes (sonsos, incapaces de entender las cosas, poco inteligentes). Los cortos (tímidos) conviven con otros cortos (de poco entendimiento).

Debido a la influencia cada vez más grande de la televisión, los niños ya no aprenden el castellano en el ambiente familiar y social, sino sentados frente al televisor. En las primera mitad del siglo XX los bolivianos recibíamos principalmente la influencia devastadora de la invasión de palabras argentinas, algunas de las cuales felizmente ya no se usan, pero hay otras que se mantienen junto a las palabras bolivianas tradicionales (maleta y valija; piscina y pileta; caldera y pava; acera y vereda, chamarra y campera, etc...) Los taxistas no nos dan el cambio. Nos dan el vuelto.

Entre paréntesis hay que notar que la inseguridad de los bolivianos siempre ha fluctuado en la escritura de muchas palabras. Ejemplo: guagua, huahua, wawa. Ahora se ha solucionado el problema, porque se dice “bebé”. Por influencia de México están desapareciendo en Bolivia los sonsos y están siendo sustituidos por los mensos. Ya no hay metetes. En su lugar han aparecido los metiches. Tampoco hay baleaduras como antes. Ahora hay balaceras. Antes decíamos: “Con sombrero y todo”. Ahora dicen: “Con todo y sombrero”. Antes decíamos: “No vale”. Ahora dicen: “No se vale”. Si no escribo la palabra “Fin”, este trabajo va a ser definitivamente no definitivo. FIN.

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