miércoles, 20 de febrero de 2008

Los jesuitas y las lenguas indígenas

LOS JESUITAS Y LAS LENGUAS INDIGENAS

Brasil

En los siglos XVI y XVII una de las acepciones del término "lengua" o "lenguaraz" era la de intérprete, que se refería tanto a los europeos que hablaban lenguas indígenas como a los nativos que hablaban portugués o castellano. En el contexto de la evangelización se aplicó tambia los catequistas y predicadores en lenguas indígenas. La labor evangelizadora de la Compañía en el continente americano comenzó en el Brasil, y por lo tanto, fue allí donde surgieron los lenguas por vez primera. Los intérpretes habían sido ya utilizados por los jesuitas en Europa, y sobre todo en la India, pero pronto se vió su limitación, pues no podían traducir lo que no entendían, y se encontraban frente a problemas insolubles de vocabulario, por lo cual se los empleó sólo a los principios, mientras no hubiese jesuitas conocedores de los idiomas.

La experiencia de los jesuitas portugueses en la India sirvió para que los que fueron al Brasil, se lanzaran de inmediato al estudio de los idiomas. Ya desde los comienzos (marzo 1549) se pusieron a estudiar la lengua tupí (de la familia guaraní). Sólo un mes después de su llegada a Bahía, el superior P. Manuel da Nóbrega escribió el 10 abril 1549 al P. Simón Rodrigues, provincial de Portugal, informándole que trabajaba en la redacción del catecismo en tupí, pero que no podía hallar un lengua que pueda ayudarlo, "porque son tan brutos que ni vocablos tienen" (MHSI. Mon. Bras. I, p. 112). La frase desdeñosa de Nóbrega, que ahora nos parece poco científica y hasta infantil e ingenua, muestra bien su escrúpulo por expresar correctamente las verdades de la fe y la dificultad que tuvieron siempre los misioneros en encontrar palabras adecuadas para traducir el rico vocabulario del pensamiento filosófico-teológico europeo.

El P. Antonio Pires, en carta del 2 agosto 1551 escribió a los PP. de Coimbra que el P. Juan de Azpilcueta Navarro, que era ya capaz de confesar y predicar en tupí, había traducido a ese idioma por orden del P. Nóbrega, algunas oraciones y sermones con ayuda de intérpretes "muy buenos". Expone así en síntesis la situación de los demás misioneros: "En lo cual a todos nos lleva la ventaja, y en esto tenemos todos mucha falta, en carecer de la lengua, y no saber declarar a los indios lo que queremos, por falta de intérpretes que se lo sepan, como deseamos, explicar y decir" (MHSI. Mon. Bras. I, pp. 252-253). Los demás misioneros, aunque iban aprendiendo poco a poco el tupí, no podían prescindir de los intérpretes, generalmente hijos de portugueses, en la predicación y confesiones. En la enseñanza del catecismo se distinguió una portuguesa casada, llamada María da Rosa. Principalmente los niños del colegio de Bahía, muchos de los cuales eran huérfanos traídos de Portugal, fueron muchas veces utilizados para la enseñanza de cantos y oraciones en las aldeas de indios. Mejoró la situación con el ingreso en la Compañía de algunos sacerdotes, escolares y hermanos coadjutores, inmigrantes o nacidos en el Brasil. El más famoso de los primeros "hermanos lenguas" fue el portugués Manuel de Chaves, ingresado en 1550 y fallecido en 1590. Entre los sacerdotes el más notable "lengua" fue el P. Pedro Correia, también portugués residente en el Brasil, ingresado en 1550 y fallecido en 1554 a manos de los indios.

En esos primeros años fue de gran importancia la labor lingüística del P. José de Anchieta, autor de gramáticas, catecismos, sermonarios y canciones en tupí. Por otra parte, el aprendizaje del tupí por los jesuitas del Brasil tiene importancia por su relación directa con el Paraguay. Los primeros misioneros en ese territorio, los PP. Manuel Ortega, portugués, y Tomás Fields, irlandés, procedían del Brasil, y fueron enviados a Asunción en 1588 por el P. Francisco de Angulo, superior de la entonces misión del Tucumán, dependiente de la Provincia del Perú, precisamente por sus conocimientos de la lengua tupí, variedad dialectal del guaraní, hablado en la gobernación del Paraguay.

La Florida

Con la misión de la Florida se inició en 1566 la labor de la Compañía en la América española. Los métodos empleados en la evangelización de los indios de esa región son los mismos ya experimentados en la India y en el Brasil: uso de intérpretes en la predicación y en la inmediata redacción de catecismos elementales, y aprendizaje de los idiomas. Ya en el viaje a La Habana desde Sanlúcar de Barrameda, viendo el P. Pedro Martínez que muchos de los soldados flamencos no entendían el castellano, con ayuda de algunos de ellos, "españolados", tradujo al flamenco los mandamientos y las principales oraciones (MHSI. Mon. Ant.Flor, p. 108). Los lenguas de la Florida fueron sobre todo españoles cautivos, asentados entre los indios. El gobernador Pedro Menéndez de Avilés estableció algunos españoles en las regiones conquistadas, con el propósito de que aprendiesen las lenguas indígenas y pudiesen servir de auxiliares a los misioneros.

El P. Juan Rogel, en carta escrita en La Habana el 11 de noviembre de 1566 al provincial de Andalucía, P. Diego de Avellaneda, informa sobre la situación lingüística de la Florida: "Una sola dificultad se halla para no poder hacer tanto fruto como deseamos, y es la variedad de los lenguajes de aquella tierra, porque cada cacique diz que tiene su lengua diferente, y no son ellos muy grandes señores, porque no tienen 20 leguas de término su señorío de cada una, y así hay muchos caciques y muchos lenguajes. El Adelantado (Pedro Menéndez de Avilés), me dicen que provee a esto con tener muchos españoles con cada cacique para que deprendan la lengua, y podamos nosotros hablar por ellos" (MHSI. Mon. Ant. Flor, p. 127). En la misma carta escribe Rogel, que llegado a la Florida, predicó la doctrina por medio de unos lenguas que vivían con los indios, pero que enseñó las oraciones en castellano, porque no se atrevió a traducirlas, pues esos intérpretes "saben poco de la lengua castellana por haber estado desde niños entre indios, y ser ellos de poco entendimiento, porque son una morena y un mulato". Luego añade: "Comenzado he a hacer el vocabulario de la lengua de Carlos (Calus, en la costa de la Florida). Pienso proseguirlo allá por medio de un español que me dicen que está allí, que sabe muy bien entrambas lenguas, y es hombre hábil" (MHSI. Mon. Ant. Flor. p. 135). El P. Juan Rogel escribió un catecismo en esa lengua de la costa de Calus (calusa), poco difundida, actualmente no identificada, sin conocimientos profundos de ella, y contando con intérpretes poco expertos (algunos españoles avecindados entre los indios). Sin duda no pasó de ser una cartilla elemental con las principales oraciones y los mandamientos. Esa primera experiencia apostólica fue descorazonadora. Los jesuitas, atados al ministerio de capellanes en los fuertes españoles, establecidos para impedir el avance de los ingleses y de los hugonotes franceses, podían realizar sólo visitas esporádicas a los pueblos de indios, sin posibilidad de permanecer en ellos. Por esa razón no pudieron aprender las lenguas, que eran numerosas, muy diferentes entre sí, y con pocos hablantes cada una. Se vió en cambio más promisorio el campo de apostolado abierto ya en el Perú (1568) y se juzgó conveniente abandonar la Florida y trabajar más bien en México (1572).

México

En México los jesuitas se encontraron con un panorama muy diferente. Allí se hablaban también muchas lenguas, pero estaban sumamente difundidas, y se podía contar con el auxilio de buenos intérpretes. Además, el campo estaba ya roturado, principalmente por los franciscanos. Ya desde la década de 1520 circulaban numerosos manuscritos de gramáticas y catecismos, sobre todo en idioma nahuatl, conocido como mexicano, por ser el más difundido. El franciscano fray Alonso de Molina publicó un catecismo completo en nahuatl (1546), con la explicación de los mandamientos de Dios y de la Iglesia, pecados capitales, virtudes teologales, obras de misericordia, dones del Espíritu Santo y bienaventuranzas, según el molde de la obra del jerónimo fray Pedro de Alcalá, del siglo XV, escrita para los moros de Granada, y una gramática y vocabulario en nahuatl (1571). Otro franciscano, fray Andrés de Olmos, publicó entre 1555 y 1560, gramáticas y vocabularios, y catecismos con sermonario, confesionario y pasajes del Nuevo Testamento. El concilio provincial mexicano de 1585 estableció el uso de una cartilla con las principales oraciones y un catecismo mayor más elaborado, en castellano y nahuatl. Los jesuitas se lanzaron con ímpetu al aprendizaje de los idiomas indígenas.

Llegados los jesuitas a México en 1572, ya desde el año siguiente, 1573, pudieron contar con excelentes lenguas admitidos allí en la Compañía. En 1574 se abrió una residencia en Pátzcuaro, que se convirtió con el tiempo en el centro de aprendizaje del tarasco. El P. General Everardo Mercuriano escribió el 7 de noviembre de 1576 al provincial Pedro Sánchez: "Por la relación que tenemos del Perú, se ve cuánto es necesario que los nuestros deprendan la lengua natural de las Indias, para predicarles. Y así encomiendo a V.R. haga diligencia para que la deprendan y ejerciten, como se hace en el Perú, habiendo en casa profesor público de ella" (MHSI. Mon. Mex. I, p. 241). En la instrucción dada al visitador P. Juan de la Plaza en enero 1579, el P. Mercuriano dispuso que no se admitiese a la ordenación sacerdotal a los que no supiesen alguna lengua indígena (MHSI. Mon. Mex. I, p. 420). En 1583 recalcó la orden el P. General Claudio Aquaviva (MHSI. Mon. Mex. II, pp. 637, 652). En 1580 se abrió la casa de lenguas en Tepotzotlán para el estudio de los idiomas nahuatl, otomí y mazaua. En 1585 había ya 16 jesuitas lenguas, conocedores del nahuatl, otomí, mazawa y tarasco. Establecidas las casas de lenguas para jesuitas en Pátzcuaro (tarasco) y Tepotzotlán (nahuatl, otomí, mazawa), se redactaron gramáticas, vocabularios y catecismos, que como los de los demás religiosos, sólo se difundieron en copias manuscritas. Uno de los más conocidos fue el del P. Juan Ferro, en tarasco, compendio de la obra del P. Diego Ledesma (Roma, 1571). El ingreso en la orden de varios sacerdotes, escolares y coadjutores (españoles o criollos), que conocían bien una o más lenguas, facilitó enormemente la labor misionera. Uno de ellos, el P. Antonio del Rincón, publicó en 1595 una gramática en nahuatl.

Un nuevo horizonte linguístico se abrió en 1592 en las misiones de Sinaloa. Los P.P. Gonzalo de Tapia y Martín Pérez fueron los primeros jesuitas en aprender el cahita y el tehueco. Con el avance a otros territorios: Sinaloa, Parras, San Luis de la Paz, Tarahumara, Sonora, Pimería y California, los jesuitas se pusieron en contacto con una docena de lenguas más, en todas las cuales escribieron para el uso de los misioneros catecismos, gramáticas y vocabularios. En el siglo XVII las obras más difundidas fueron las de los PP.Jerónimo Ramírez en zacateco e irrita, y Diego Díaz de Pangua en zacateco, y en el XVIII la del P. Benito Rinaldi en tepehuano.

Entre 1573 y 1604 los jesuitas lenguas fueron 109, de los cuales 88 eran los conocedores del nahuatl, 20 del tarasco y 14 del otomí, que eran los idiomas más difundidos. En 1604 la lista de los idiomas aprendidos por los jesuitas es impresionante: A los ya señalados hay que añadir el acaxe, cuitlateca, guachichil, guaxabana, guazave, ocoroni, totonaca, zapoteca y matlazinca. A partir de 1594 en los catálogos se indicaba la lengua o lenguas que sabía cada uno de los jesuitas de la Provincia de México.

Después de la expulsión de la Compañía (1767-1768), los principales colaboradores de Hervás y Gilij sobre las lenguas de la Provincia de México fueron los PP. Francisco Javier Clavijero (nahuatl), José Fábrega (nahuatl), Tomás Sandoval (otomí) y Domingo Rodríguez (maya). Miguel León Portilla publicó una breve gramática y vocabulario nahuatl de Clavijero (1974).

Perú y Bolivia

En el Virreinato del Perú, en las Audiencias de Lima y Charcas, correspondientes "grosso modo" a las actuales repúblicas del Perú y Bolivia, había dos lenguas generales muy difundidas: el quechua y el aymara. Ambas, culturalmente más desarrolladas que el tupí del Brasil, pudieron ser mejor estudiadas. Contando con la ayuda de indígenas cultos pudieron los misioneros aprender con más facilidad esos idiomas. Los jesuitas llegaron al Perú en 1568. Ya desde los comienzos vieron la dificultad del aprendizaje de las lenguas indígenas, sobre todo porque el ministerio pastoral y educativo entre los españoles los absorbió de inmediato. Por eso se dispuso poner los medios eficaces para aprenderlas. En septiembre de 1578 el visitador P. Juan de la Plaza tuvo en el Cusco una consulta con los PP. José de Acosta (provincial), Juan de Montoya, Jerónimo Ruiz del Portillo, Alonso de Barzana y Luis López, en la que se dispuso que en las doctrinas y colegios se diesen facilidades a los jesuitas para el aprendizaje de idiomas (MHSI. Mon. Per. II, pp. 655, 687).

El rey Felipe II había dispuesto que no se admitiesen a las órdenes sagradas a quienes no supiesen las lenguas indígenas (2 diciembre 1578). La tercera congregación provincial (1582) pidió al P. General Claudio Aquaviva que mande "guardar el dicho orden con los nuestros" (MHSI. Mon. Per. III, p. 214). El P. Aquaviva dió la orden el 21 noviembre 1583 (MHSI. Mon. Per. I, pp. 289, 297, 349). La disposición de aprender las lenguas indígenas se refería también a los misioneros llegados al Perú ya sacerdotes. El 8 abril 1584, Aquaviva escribió al provincial Baltasar Piñas: "...conviene que todos los que van de Europa aprendan las lenguas, si son sacerdotes luego como llegan, y los escolares al fin de sus estudios antes de ordenarse". Dada la importancia de los idiomas, Aquaviva juzga "que no conviene ocupar en gobierno, sino con urgente necesidad, a los que son buenas lenguas y buenos operarios de indios" (MHSI. Mon. Per. III,p. 384). El centro principal para el aprendizaje del quechua y aymara fue la doctrina de Juli, situada en la región del lago Titicaca, en la región fronteriza de las actuales repúblicas del Perú y Bolivia.

El más notable de los primeros lenguas de la Provincia del Perú fue el P. Alonso de Barzana. Comenzó el estudio del quechua en Sevilla, en 1567, en espera de embarcarse a Lima en la primera expedición de jesuitas, gracias a la gramática y vocabulario publicados en Valladolid en 1560 por el dominico fray Domingo de Santo Tomás, y a la ayuda de algunos conquistadores y comerciantes que habían estado en el Perú y tenían conocimientos de ese idioma. Llegado al Perú en 1569, predicó en quechua en las doctrinas de Santiago del Cercado (Lima) y Huarochiri, y en las ciudades del Cusco, Arequipa, Potosí y Chuquisaca. A petición de la congregación provincial de 1576 escribió en quechua una gramática, vocabulario y catecismo, que no fueron publicados. Se le abrió un nuevo campo de acción en las lenguas aymara y puquina con la fundación de casas en la doctrina de Juli en 1577 y en la ciudad de La Paz (en la actual Bolivia) en 1582. En 1583 fue nombrado examinador de los sacerdotes de la diócesis de Chuquisaca en las lenguas quechua, aymara y puquina. Enviado al Tucumán (en la actual Argentina) en 1585, Barzana aprendió allí las lenguas tonocoté y kakana, en las que dejó apuntes manuscritos de gramáticas y catecismos. Destinado a Asunción en 1594, se puso a aprender el guaraní a los 64 años de edad.

En 1584 se editó en Lima el catecismo trilingüe del III concilio limense, reeditado en Sevilla en 1603, redactado en castellano principalmente por el P. José de Acosta. El catecismo completo fue editado en facsímil en la serie "Corpus hispanorum de pace" (Madrid, 1985). En la traducción al quechua participaron los sacerdotes seculares Juan de Balboa, y Francisco Carrasco, y los jesuitas nacidos en el Perú Blas Valera y Bartolomé de Santiago, que probablemente también participaron en la traducción al aymara. Es posible que haya participado también el P. Alonso de Barzana, al menos como revisor tanto en quechua como en aymara, o que los traductores hayan utilizado, como base, su catecismo escrito en quechua [1].

Ampliamente difundido en el Perú, Bolivia, Ecuador y la Argentina, el catecismo del Tercer Concilio Limense se siguió editando parcialmente hasta el siglo XX, sobre todo en quechua, con muy pocas adaptaciones a tiempo y lugar. El catecismo limense sirvió de base para la redacción del catecismo en guaraní del P. Luis de Bolaños, O.F.M. y del P. Luis de Valdivia, S.J. en araucano.

EL P. Diego de Torres Rubio publicó gramáticas y vocabularios en quechua y aymara (Roma, 1603). En Lima se reeditaron la parte aymara (1616) y la quechua (1619). El P. Juan de Figueredo publicó una edición de las obras quechuas de Torres Rubio, con correcciones y adiciones (Lima, 1701), reeditada en la Revista Universitaria del Cusco (1944-1947) y por Luis A. Pardo (Cusco, 1966). La gramática aymara de Torres Rubio fue reeditada con adaptaciones al lenguaje moderno por Mario Franco Hinojosa (Lima, 1966). También en Lima el P. Diego González Holguín publicó en quechua una gramática (1607) y un vocabulario (1608), reeditados en 1952.

En 1603 el P. Ludovico Bertonio publicó en aymara una gramática en Roma, y en 1612 una gramática, un confesionario y una vida de Cristo en Juli (Perú). La gramática fue reeditada en 1879 y 1959. El vocabulario fue reeditado en 1879, 1954 y 1993. Entre 1650 y 1660 los PP. Juan de Arroyo y Miguel Pastor escribieron también varias obras en aymara, que no fueron publicadas. El P. Pablo de Prado publicó en Lima (1641, 1650) un “Directorio espiritual” en castellano y quechua, reeditado parcialmente (Lima, 1705).

De este período se conservan sermones inéditos en quechua del P. Nicolás Mastrilli Durán. El vocabulario quechua del P. Juan de Aguilar (1690) fue publicado por César Angeles Caballero (Lima, 1955; Bogotá, 1964). En 1760 el P. Francisco Mercier y Guzmán escribió en aymara una adaptación de la vida de Cristo de Bertonio y varios sermones. En 1761 se publicó en Lima un discurso en castellano del P. Victoriano Cuenca, que incluye algunas poesías en quechua. Murr publicó una gramática breve y un sermón en aymara del P. Wolfgang Bayer (1775), y el P. Joaquín Camaño aportó datos sobre el quechua al P. Hervás.

El P. Gaspar de Schuren el 20 de noviembre de 1592 escribió desde Salsete IIndia) al P. Luis de Guzmán a Alcalá de Henares, que en Goa, en la celebración de la consagración episcopal del P. Pedro Martínez, nombrado Obispo del Japón, hubo en el refectorio predicaciones en latín, italiano, portugués, castellano, inglés, vasco, flamenco, francés, tamil, chino, japonés, griego, hebreo, kónkani y quechua. La explicación de que pudiera alguien predicar en quechua en la India es que llegó a Goa una nao procedente del Perú con el objeto de pedir licencia para pasar a la China, y que en ella llegaron dos jesuitas de la Provincia del Perú, el P. Felipe Leandro y el H. Gonzalo Belmonte. Uno de los dos fue el predicador en quechua [2].

En Bolivia, en el departamento de Santa Cruz, entre 1587 y 1610, el P. Diego de Samaniego hizo apuntes de gramática y catecismo en chiriguano, dialecto guaraní, y el P. Diego Martínez en chiquitano y gorgotoqui. En el archivo nacional de La Paz se conserva un catecismo manuscrito en gorgotoqui, del P. Gaspar Ruíz. En las misiones de Mojos (en el actual departamento del Beni), dependientes de la Provincia del Perú, los jesuitas abrieron reducciones entre indígenas de diversas lenguas, de las cuales la principal era el mojeño. Aún en nuestros días se cantan himnos de ese tiempo en las variantes dialectales mojeñas de Trinidad y San Ignacio. El P. Jerónimo Andión, ya en las primeras exploraciones del territorio (1595) hizo algunos apuntes en mojeño. El P. Pedro Marbán publicó una gramática y catecismo en mojeño en Lima (1701) y el P. Antonio Magio escribió una gramática en baure, que fue publicada por Adam (París, 1880). En 1699 se publicó en Madrid una gramática mojeña, sin nombre de autor. El P. Francisco Javier Iraizós aportó datos a Hervás sobre la lengua mojeña.

En las misiones de Chiquitos (en el departamento de Santa Cruz), dependientes de la Provincia del Paraguay, se escribieron numerosas obras en idioma chiquitano. El P. Cayo Othmer, O.F. M. (AHSI, 7 (1938) 220-239) menciona las siguientes, que se encuentran en la reducción de Santiago: El segundo volumen de la traducción al chiquitano de la Diferencia entre lo temporal y lo eterno, del P. Juan Eusebio Nieremberg, hecha por el P. Ignacio Chomé y 28 sermones, probablemente también obras suyas, 41 pláticas y 23 sermones del P. Bartolomé de Mora (que se encuentran también en la reducción de Santo Corazón), y un ritual y un relato de la pasión, de autores desconocidos. Chomé tradujo además al chiquitano la Imitación de Cristo, y escribió gramáticas y vocabularios en chiquitano y zamuco. El P. Joaquín Camaño proporcionó datos a Hervás sobre el chiquitano. El P. José de Arce escribió gramáticas y catecismos en chiquitano, y el P. Felipe Suárez una gramática en chiquitano y una gramática, vocabulario y catecismo en penoqui, que se conservan en el archivo de la Sociedad Geográfica de Santa Cruz. Adam publicó una gramática y vocabulario chiquitanos en base a manuscritos inéditos de las misiones de Chiquitos (París, 1880). Según el P. Guillermo Furlong, S.J, uno de ellos puede ser del P. Camaño (Boletín de la facultad de filosofía y letras. Buenos Aires 38 (1928) 268-272).

Chile

Antes de la llegada de los jesuitas a Chile, habían sido admitidos en la Compañía en Lima los PP. Hernando de Aguilera y Juan de Olivares, criollos conocedores de la lengua araucana. Por esa razón, al decidirse la fundación de casas de la Compañía en Chile, ambos fueron destinados allá en la primera expedición (1593). Aguilera se destacó como misionero popular entre los araucanos. El P. Luis de Valdivia publicó una gramática y vocabulario, y una doctrina y confesionario, tomados del catecismo del concilio limense (Lima, 1606), reeditados por Platzmann (Leipzig, 1887), y nueve sermones (Valladolid, 1621), reeditados por José Toribio Medina (Santiago, 1897). A mediados del siglo XVII el P. Gabriel de Vega escribió una gramática araucana, que no fue publicada. El P. Andrés Febrés publicó una gramática y vocabulario y un catecismo, que incluía un cancionero y un confesionario (Lima, 1765). El P. Antonio Hernández Calzada, O.F.M. reeditó la gramática y el vocabulario, con correcciones y adiciones (Santiago, 1846) y nuevamente la gramática (Santiago, 1864). También en el siglo XVIII los PP. Gaspar López y Diego de Amaya escribieron gramáticas y diccionarios, que no fueron publicados. El P. Bernardo Havestadt escribió una obra en araucano sobre la historia general de Chile, titulada Chilidugu, publicada en su traducción al latín, juntamente con una gramática araucana (Münster, 1777), reeditada por Platzmann (Leipzig, 1883). El P. Juan Ignacio Molina publicó una breve gramática y vocabulario en araucano en su obra Saggio sulla storia naturale del Cile (Bolonia, 1787), extractada en Middletown, Conn. (1808).

Argentina y Paraguay

Los jesuitas de la Provincia del Perú ampliaron su labor apostólica al actual norte de la Argentina (Tucumán, Santiago del Estero, Salta, Jujuy) en 1585. Los PP. Alonso Barzana y Pedro de *Añasco, peruano, además del quechua, que también se hablaba en esas regiones, aprendieron el chiriguano, abipón, tonocoté, toba y kakana, lenguas en las que hicieron apuntes de gramática y catecismo. La gramática toba del P. Barzana fue publicada en Buenos Aires (1893 y 1896). El P. Antonio *Machoni publicó gramáticas y vocabularios en las lenguas lule y tonocoté (Madrid, 1732), reeditadas en Buenos Aires (1894). El P. José Sánchez Labrador, en su obra El paraguay católico (siglo XVIII), publicada en 3 tomos (Buenos Aires, 1910-1917), escribió una gramática del mbayá, reeditada parcialmente (Asunción, 1972). Fueron colaboradores de Hervás los PP. Camaño (vilela, lule, mbayá y abipón) y Ramón María Termeyer (mocobí y toba), y de Murr el P. Martín Dobrizhoffer (abipón).

El P. Luis de Valdivia escribió gramáticas, vocabularios y catecismos en allentiac y millcayac, dialectos del huarpe, hoy extinguidos, de la región de Cuyo (en las actuales provincias argentinas de San Juan y Mendoza), dependientes entonces de la gobernación de Chile, que publicó en Lima en 1607, juntamente con su más celebre obra escrita en araucano. José Toribio Medina reeditó fragmentos del catecismo en millcayac (Santiago, 1918). Establecida la Compañía en Mendoza en 1609, el P. Juan Pastor abrió varios centros misionales para la evangelización de los huarpes, en cuyo idioma escribió gramáticas, vocabularios y catecismos. En el extremo sur de la Argentina, en las misiones de la Patagonia, el P. Tomás Falkner, escribió en el siglo XVIII una gramática y vocabulario de la lengua moluche, publicada en Buenos Aires en 1835.

Creada la Provincia del Paraguay en 1604, muy pronto se dieron inicio a las reducciones guaraníes en actuales territorios de la Argentina, Paraguay y Brasil. Muy probablemente, los PP. Juan de Ortega y Tomás Fields, procedentes de la Provincia del Brasil, y primeros misioneros jesuitas entre los guaraníes del Paraguay, utilizaron el catecismo tupí del P. José de Anchieta. En los primeros años el catecismo en uso en las reducciones fue el del franciscano fray Luis de Bolaños, basado en el del III concilio limense. Que se sepa, la primera gramática en guaraní del Paraguay fue escrita por el P. Alonso de Aragona, publicada en 1979 por el P. Bartomeu Meliá, S.J (Amerindia (4), pp. 24-61). El principal escritor en guaraní fue el P. Antonio Ruíz de Montoya, peruano, quien publicó en Madrid un Tesoro de la lengua guaraní (1639) y un catecismo (1640). El P. José Serrano tradujo la Diferencia entre lo temporal y lo eterno del P. Nieremberg (1705). En la reducción de Santa María la Mayor se publicaron varias obras del P. Pablo Restivo, basadas en los escritos de los PP. Ruíz de Montoya y Simón Bandini: Breve noticia de la lengua guaraní (1718), vocabulario (1722) y gramática (1724), y una explicación del catecismo del concilio limense, hecha por el catequista guaraní Nicolás Yapuguay (1727). Se publicó en latín y guaraní un Manuale ad usum Patrum S.I, obra probablemente del mismo Restivo. Circularon también en las reducciones una traducción del arte de meditar del P.François Pomey (Lyon, 1659), hecha por el P. Cristóbal de Altamirano, y traducciones anónimas de los catecismos de los PP. Gaspar de Astete (Pamplona, 1608) y Jerónimo de Ripalda (Toledo, 1618). La Universidad de San Pablo (Brasil) publicó los catecismos de Astete (1953), Ripalda (1954), un catecismo mayor anónimo (1955), y los de Bandini (1956) y Pomey (1956). La obra de mayor envergadura fue Ara poru aguiyey haba (El uso correcto del tiempo), escrita enteramente en guaraní, obra del P. José Insaurralde, paraguayo, publicada en dos tomos (Madrid, 1760).

Ecuador y Venezuela.

Los jesuitas llegaron a Quito (actual Ecuador) en 1586, y pudieron dedicarse desde el primer momento al apostolado entre los indígenas de lengua quechua, variante dialectal de la hablada en el Perú. Se atribuyen a padres de la Compañía dos gramáticas quechuas, una anónima del siglo XVII, que se conserva en manuscrito, y otra publicada en Quito en 1753. A principios del siglo XVII los jesuitas llegaron al oriente, a las regiones del río Napo. El P. Hervás cita una doctrina cristiana escrita en lengua cofane por el P. Rafael Ferrer por 1603. En 1638 la Provincia de Quito dió inicio a las misiones de Mainas, en territorios pertenecientes en parte al actual Perú, donde además de un dialecto del quechua, conocido en la región como inga (del quechua "inca"), se hablaban cuarenta lenguas diferentes. El P. Enrique Richter publicó catecismos y vocabularios en campa, pira y cuniva (Quito, 1695). El P. Raimundo Santa Cruz escribió un catecismo en lengua cocama. De autor anónimo es una gramática y catecismo en kenkehoyo (o betoya), lengua hablada en la región del río Napo, que incluye un catecismo en quechua (1753). En el British Museum se conservan un vocabulario castellano, quechua y jebero (lengua hablada al este del río Paranapura) y una gramática en jebero, obras del P. Samuel Fritz (siglo XVIII). También en quechua el P. Guillermo Grebmer escribió unos sermones, el P. Justo Santel un catecismo breve, el P. Marcos Viescas un vocabulario, y el P. Manuel Messía una gramática. Los PP. José Bahamonde y Manuel Uriarte escribieron catecismos en lengua iquitana. El P. Juan de Velasco escribió un vocabulario en quechua, que fue publicado en Quito en 1964.

Los jesuitas de la Provincia del Nuevo Reino de Granada fundaron misiones en el siglo XVII en los Llanos y el Casanare, en la actual Venezuela. Humboldt cita una gramática en lengua sáliba, de la región del río Orinoco, escrita por el P. Carlos Anisson. En la Biblioteca Nacional de Bogotá se conservan una gramática sáliba (1790) y una gramática, vocabulario, catecismo y confesionario en la lengua achagua, del Casanare (1762), hecha en base a escritos de los PP. Alonso de Neira y Juan Ribera. Gilij y Hervás citan gramáticas y vocabularios de los PP. Francisco del Olmo (yarura y sáliba) y José Forneri (yarura). Los jesuitas franceses de la Guayana fundaron misiones en la costa oriental de Venezuela. El P. Pierre Pelleprat publicó en París (1656) una introducción a la lengua de los galibís (caribe).

Conclusión

El interés por el aprendizaje de las lenguas indígenas no decayó en los siglos siguientes. Con todo, la labor educadora en las casas de formación, universidades y colegios, y el ministerio entre españoles en las principales ciudades, hizo que no se aplicase después en todo su rigor la disposición de que todos aprendiesen las lenguas índígenas y de no ordenar a los que no las supiesen. Sobre todo en el siglo XVIII era grande el número de criollos y peninsulares que sólo sabían castellano. En las seis provincias americanas: México, Nuevo Reino, Quito, Perú, Paraguay y Chile, nunca faltaron los misioneros populares y los escritores en lenguas indígenas. En las misiones de todas esas provincias fue de gran importancia el aporte de los misioneros no españoles, procedentes de diversos países de Europa. El estudio de las lenguas indígenas desembocó naturalmente en la redacción de gramáticas, vocabularios, catecismos, confesonarios, sermonarios y traducciones. La labor lingüística fue una constante que no se interrumpió con la expulsión de 1767, decretada por Carlos III, pues los jesuitas expulsos continuaron ese trabajo durante su exilio.

Los escritos de los jesuitas en lenguas indígenas del continente americano (siglos XVI-XVIII) se enmarcaron dentro de su acción pastoral. Su interés en ellas radicó en el deseo de evangelizar a los diferentes pueblos. Con la llegada de los expulsos a Europa en el siglo XVIII, se descubrió el valor científico de ese esfuerzo, tanto por la calidad intrínseca de algunas obras, como por ser muchas de ellas los únicos testimonios de lenguas hoy extinguidas. Se dió inicio a la lingüística americana con los estudios de Christoph Gottlieb von Murr y de los jesuitas Lorenzo Hervás y Panduro y Filippo Salvatore Gilij. Murr contó principalmente con la ayuda de los misioneros residentes en los países germánicos, y Hervás y Gilij, que se colaboraron mutuamente, con la de los que se encontraban en Italia. Wilhelm von Humboldt (1767-1835) aprovechó mucho material jesuítico en sus estudios sobre las lenguas americanas. Alcides d'Orbigny (1802-1857), en sus escritos sobre América del Sur mostró la importancia de la labor lingüística de los jesuitas. En el siglo XIX Lucien Adam y Julius Platzmann reeditaron o publicaron por primera vez varios catecismos y gramáticas de los misioneros, sacándolos del olvido, iniciativa seguida por otros investigadores, universidades e instituciones culturales. En el siglo XX se desarrolla el interés por las lenguas americanas, aún habladas o ya extinguidas, y van apareciendo continuamente estudios sobre las obras antiguas.

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[1] Bartra Enrique, “Los autores del catecismo del Tercer Concilio Limense!, Lima, 1967.

[2] Documenta Indica XVI, pp. 7 y 9. Monumenta Historica Societatis Iesu. Roma, 1984.

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